#52RetosLiterup - Reto 13 - El Verdadero Reto.

No era todavía de día cuando sonó el teléfono. Le costaba conciliar el sueño, y en el poco rato que había conseguido dormir, le habían asaltado toda clase de imágenes inquietantes. Con los ojos aún cerrados y conteniendo un gran bostezo se puso el móvil en la oreja.

—Tienes que venir cuanto antes —dijeron al otro lado de la línea sin darle tiempo a responder—. Acaban de encontrar a otro.

Ferdinand se levantó con el corazón a mil por hora. ¿Otro niño? No era posible. Ese hijo de puta no tenía alma.

—Envíame la dirección y voy para allí —contestó con voz ronca.

En media hora estaba en la puerta del colegio. El bedel había ido temprano y se había encontrado el cadáver en la cancha de baloncesto. Aún seguía en estado de shock por lo que tendrían que esperar a que se recuperara si querían sacarle algo.

Se acercó a su compañero Charlie, que observaba cómo el equipo analizaba la escena mientras fumaba un cigarrillo eléctrico. En cuanto lo vio, levantó la cabeza a modo de saludo.

—Mismo modus operandi que los otros dos. Sin duda es el mismo tío —le dijo mirándole a los ojos. Empezó a negar con la cabeza y bajó la vista al suelo— Dios Ferdy, ¿de qué manera se tiene que torcer la vida para terminar haciendo esto?... era sólo un crío.

Ferdinand no contestó, se quedó mirando sin poder apartar la vista del cuerpecito del niño mientras el forense lo examinaba. Ya iban tres, ahora el tío que buscaban dejaba de ser un puto desequilibrado para convertirse en un asesino en serie. Qué noticia tan deliciosa para los medios.

—Hay que darse prisa señores —escucharon decir a una voz de mujer a sus espaldas —, no tardarán demasiado en venir los chicos a clase, y no queremos que vean todo esto.

Rachel, la jefa del departamento, le habló a Charlie.

—Hay que interrogar los profesores. Alguno ha tenido que recibir algo. —Él asintió. Lo que para ambos era una posibilidad, para Ferdinand era una certeza absoluta.

El equipo era muy diligente, en menos de una hora la escena del crimen estaba limpia. En hora y media los niños habían sido mandados de vuelta a su casa y habían reunido a todos los profesores en el salón de actos.

—Aún no hemos podido identificar al niño —les decía Charlie desde el atril—, es bastante posible que sea de este colegio. Queremos pedirles que si en los últimos días han visto o les ha ocurrido algo extraño, por favor nos lo comuniquen: puede ser de vital importancia para nuestra investigación. A continuación les iremos entrevistando en persona. —Se escuchó un rumor de voces preocupadas en la sala, Ferdy que esperaba detrás de su compañero con los brazos cruzados les dedicó una sonrisa mohina—, no se preocupen, —continuó Charlie— no son sospechosos, pero quizás haya algún testigo que sin saberlo nos pueda dar información muy valiosa. Si no les importa, como ya les hemos tomado los datos, les iremos llamando uno a uno para hablar con ustedes. En cuanto hayan terminado, se podrán marchar a casa.

Cuando su compañero terminó, una de las agentes empezó a decir nombres. En total eran cuarenta y ocho profesores, habían hecho venir a los que tenían el dia libre e incluso a una profesora que se hallaba enferma. Ferdy se dirigió a la máquina de café de la sala de profesores, iba a ser una mañana muy larga.

Fueron necesarias treinta y tres entrevistas para dar con el profesor indicado. Cuando Ferdy entró en la sala de reuniones, estaba ahí Charlie, que observaba al profesor, un hombre de mediana edad con pelo y bigote cano, que sostenía un vaso de plástico con lo que parecía ser una infusión. Se le notaba tenso.

—¿Por qué no informó a las autoridades? —le preguntó Charlie en tono más duro de lo que debería. Al fin y al cabo el profesor no era más que otra víctima.

—En mi carrera como profesor, he recibido todo tipo de cartas, amenazas, regalos… es el pan de cada día. Esto eran poesías, me las encontraba encima de mi mesa, antes de que empezaran las clases. Estaban demasiado bien para ser de algún alumno de primaria, así que supuse que serían el regalo de algún padre o profesor. Eran preciosas… no creí que fuera algo peligroso.

—¿Algún padre o profesor? ¿Sospecha de alguien? —Charlie era el que llevaba la voz cantante en el interrogatorio.

El profesor sonrió tímido y se sonrojó.

—Bueno, estoy soltero, y no negaré que tengo mi pequeño grupo de admiradoras entre las madres divorciadas de la A.P.A. Aún no había descartado a ninguna de ellas… Pero ahora...

—¿Aún los conserva?

—Lo guardo todo —dijo mientras se levantaba y se acercaba a un gran archivador que había en la pared. Con una pequeña llave que sacó del bolsillo abrió un compartimento en el que se leía su nombre y sacó una carpeta amarilla. No la abrió, se la dejó encima de la mesa a los policías. Sonrió de forma amarga antes de sentarse de nuevo—, tengo una especie de síndrome de Diógenes sentimental. O quizás estoy un poco loco. Pero me gusta guardar estas cosas.

Ferdy abrió la carpeta. Dentro había cartas, dibujos, fotos... Algunas entretenidas, otras algo inquietantes, pero nada fuera de la normalidad aparente. No le costó mucho reconocer la forma y la escritura de lo que andaba buscando, pero dejó que fuera el profesor quien se lo mostrara.

—¿Puede decirme cuales son? —preguntó Ferdy sin levantar la vista de los papeles. El profesor ojeó la carpeta y señaló con el dedo varias hojas .

Como Ferdy sospechaba se trataba de unas cuartillas color crema de papel grueso y algo rugoso decorado con cuidadas filigranas doradas pintadas a mano. La caligrafía era perfecta, escrita con tinta negra. Sólo había algunas letras de color rojo, que parecían escritas de forma aleatoria. Pero no era así. Nunca era así.

—¿No le importará que nos los llevemos? ¿verdad? —preguntó Charlie, aunque solo era una formalidad. Lo iba a coger de todos modos.

—Por Dios, no —respondió el profesor negando con la cabeza—, solo pensar que el que ha escrito esto, es el mismo que le ha hecho eso al pobre niño. Se me revuelve el estómago.

—Si es tan amable, por favor no le diga nada a nadie de estos anónimos. No queremos que la prensa se entere. —dijo Charlie, mientras metía las cartas en una bolsa de pruebas— todo este asunto ya es bastante difícil como para tener a unos cuantos periodistas sin escrúpulos revoloteando y haciendo preguntas comprometidas.

—Por supuesto —dijo el profesor asintiendo y levantándose de la silla— ¿puedo irme ya?

Charlie asintió.

—Si, pero no salga de la ciudad. Podemos necesitarlo más adelante.

El profesor volvió a asentir con la cabeza, cogió su abrigo y salió por la puerta. Se había dejado media infusión en el vaso, pero ¿a quién le entraba algo en el estómago en esas circunstancias?

—Tengo hambre —dijo Ferdinand. Su compañero lo miró. Si no lo conociera desde hacía años pensaría que era un desalmado, pero sabía de sobra que había algo que no funcionaba bien en su cabeza y era precisamente eso lo que le hacía ser tan bueno en su trabajo.

—Tendrás que esperar amigo —le dijo poniéndole la mano en el hombro—. Creo que ya podemos hablar con el bedel.

Se trataba de un señor bastante mayor, de los que deberían estar jubilados, pero que siguen trabajando ya que no conocen otra forma de vida.

—Había un bulto en el suelo. De lejos parecía un abrigo abandonado, mientras me acercaba notaba que dentro había algo muerto. Pensé que era un perro. —El anciano cerró los ojos incapaz de seguir hablando.

—¿No vió a nadie? —le preguntó Charlie.

—No, de lo contrario me habría dado cuenta —contestó recomponiendose lo más rápido que pudo—. Siempre salgo a la misma hora de casa, y sé que la calle está desierta. Me fijo mucho en esas cosas.

Charlie miró a su compañero negando con la cabeza. Ferdinand parecía estar absorto en su mundo. Costaba creer que estuviera enterándose de algo de lo que se estaba diciendo en la sala. Aun con todo, cuando habló no se sorprendió en absoluto.

—El colegio estaba cerrado —dijo. No era una pregunta, era una afirmación.

—¿Qué? —preguntó el bedel algo confuso.

Charlie reprimió una sonrisa, conocía bien esa mirada. Por fin su compañero tenía algo.

—El colegio estaba cerrado —volvió a repetir como si fuera algo obvio. Al ver que los otros dos ocupantes de la sala le miraban esperando algún otro tipo de explicación salió por la puerta, tenía que comprobar algo mientras las ideas seguían frescas en su cabeza.

Cómo él sospechaba, la verja era lo bastante alta para que ningún niño pudiera saltar y escapar y nadie de fuera pudiera entrar. Había dos puertas, y ninguna de las dos estaba forzada. O el asesino tenía la llave. O entraba de día y se escondía para asaltar a su víctima en el propio colegio. Pero, en las dos ocasiones anteriores, los niños habían subido al bus escolar, y habían bajado en su destino. Ambos habían ido a dormir a sus casas, y ya por la mañana cuando habían ido a despertarles para ir al colegio, se habían encontrado con que no estaban en sus camas y con la horrible noticia que nadie quiere oír. ¿El asesino los secuestraba en sus dormitorios? Parecía difícil, ya que no había nada forzado, y nadie había escuchado o visto nada sospechoso. ¿Entonces qué era? ¿Los niños se escapaban por sí mismos para ir derechos a su trágico final? Había algo más. Algo que se le escapaba.

—¿Qué es lo que ves, Ferdy? —le preguntó Rachel, sacándole de sus pensamientos. Todos tenían muchas esperanzas en que fuera él quien encontrara al asesino.

Ferdinand se dio la vuelta y la observó de arriba a abajo durante un momento como si tuviera que recordar quien era antes de contestarle.

—No veo nada —dijo sin mostrar expresión alguna —Y eso es lo que más llama mi atención: No hay nada. Ni una huella, ni una cerradura forzada, ni una mancha de sangre… Y en la escena del crimen, todo colocado al milímetro. Como si fuera un escenario.

—Como hacen los fotógrafos —dijo Rachel.

Ferdinand la miró con curiosidad. Un huracán de imágenes de su padre le vinieron a la mente: preparando a los modelos, montando las escenografías, cuidando hasta el último detalle para que la imagen que capturase el objetivo fuera perfecta. No pudo evitar imaginar al asesino con un trípode y una carísima réflex, jugando con el cadáver y los elementos que disponía como había visto hacer cientos de veces a su padre. Una sensación de desasosiego se apoderó de él. Quizás era eso lo que no le dejaba dormir bien.

Recordó que la vieja cámara de su padre estaba en el desván junto a otro montón de cosas que no había vuelto a revisar desde su muerte. Por qué, ¿seguía estando ahí?, ¿no?

—Ferdy ¿te encuentras bien? —le preguntó su jefa poniéndole la mano en el brazo.

El agente volvió en sí otra vez y le esbozó una sonrisa. Nunca se le escapaba nada, y esta vez le había costado tres intentos descubrir la primera pista. Ese caso iba a ser un verdadero reto, y eso le encantaba. Tenía la extraña sensación de que no iba a gustarle lo que iba a descubrir, pero esa desconcertante certeza no lo detendría para averiguar la verdad.

Rebuscó en el bolsillo de la chaqueta para encontrar su bote de pastillas y se metió una en la boca que tragó sin necesidad de agua. Chasqueó la lengua, y volvió a entrar en el colegio.


Reto 13: Alguien le deja anónimos a un profesor de primaria. Aparece el cadáver de un niño en el patio. Narra qué ha pasado.
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