Literautas - escena 50 - Morirás en altamar


—¡Morirás en altamar! —le gritó la gitana lanzando un negro escupitajo a sus pies. Álvaro sintió un pequeño escalofrío pero inmediatamente siguió bromeando con sus compañeros.

Nunca lo admitiría, pero la dichosa frasecita no le había dejado pegar ojo esa noche.

Se sentó en las escaleras del porche del motel y se encendió un cigarro mientras contemplaba como el cielo cambiaba de color con la llegada del día. En el barco faenaba de noche, así que contemplar el amanecer era un lujo que no solía permitirse.

Enseguida apareció Lucas, su compañero más joven.

—¡Vaya cara llevas! —dijo sentándose a su lado—, ¿qué?, ¿una noche entretenida?

Álvaro se desperezó y le sonrió mientras daba una larga calada.

—He pasado toda la noche con una rubia con unas tetas impresionantes —dijo guiñándole un ojo. Realmente había estado dando vueltas por el pueblo pensando en la maldición de la gitana, pero claro, eso no era tan interesante.

Lucas le dio un codazo y soltó una risotada.

—Joder, ¡cómo te lo montas! Algún día tienes que enseñarme tus trucos.

Álvaro rió.

—No hay trucos chaval —dijo dándole una palmada en el hombro mientras se levantaba y tiraba el cigarro—. Hay hombres que atraemos a las mujeres de forma natural. Es nuestro destino.

Entró en el motel deseando que su historia fuera cierta, hacía meses que no se comía una rosca. Subió a su habitación y se metió en la ducha para tranquilizarse, pero salió del baño más nervioso de lo que había entrado. Mientras se secaba con la toalla enchufó la televisión para distraerse, al rato se descubrió ignorando el parte meteorológico que pronosticaba borrasca.

Era el último día de permiso, a la tarde embarcaría y no sabía cuando volvería a pisar tierra firme. Empezó a vestirse enfadado consigo mismo, decidido a desechar ese malestar y disfrutar de lo que quedaba de día. Cuando salió a la calle el viento húmedo de tormenta terminó de derrumbar su ánimo. Dio un furioso puntapié a una lata de refresco vacía y empezó a caminar sin rumbo.

“Morirás en altamar”, ¡qué palabras más agoreras! No le iba a salir una verruga o a contraer un herpes, no: iba a morir. Y además en el mar que era prácticamente su hogar.

Rebuscó en el bolsillo y sacó un paquete de tabaco vacío. Lo lanzó al suelo disgustado; necesitaba fumar. Miró a su alrededor y vio que estaba en una zona residencial. Una gota mojó su nariz, el cielo estaba oscuro, embotado. Soltó un juramento y deshizo su camino para buscar algún bar donde resguardarse y comprar tabaco.

Cuando lo encontró ya estaba totalmente calado, se quitó la chaqueta y se acercó a la barra.

—¿Qué le apetece? —preguntó la camarera.

—Una cerveza —contestó al oír al fondo a sus compañeros, aunque lo hubiera dado todo por un chocolate calentito.

Se acercó a ellos con una sonrisa fingida. Lucas ya les había contado, así que tuvo que explicarles cómo había sido el maravilloso encuentro ficticio con la exuberante rubia de pechos imposibles. Inventó una excusa y salió directo al motel en cuanto el temporal le dio algo de tregua.

Estaba angustiado. La gitana podía tener razón, y la fuerte tempestad reforzaba esa teoría. Aún era joven. Tenía por delante tantas cosas que no había hecho, tantos lugares que no había visitado. No había disfrutado apenas de la vida.

—¡No moriré en altamar! —dijo en voz alta.

¿Pero qué podía hacer? Era imposible encontrar a la gitana para disculparse, y menos con ese aguacero.

Alguien llamó a la puerta sacándolo de sus pensamientos.

—Álvaro, ¿estás bien? —preguntó Lucas—, tenemos que salir, vamos a zarpar.

—Estoy bien —mintió— id yendo, os alcanzo enseguida —dijo mientras empezaba a amontonar muebles parapetando la entrada.

Lo veía claro: la maldición no se cumpliría si no estaba en el barco. Se quedaría allí a salvo, lejos del mar. Lejos de la muerte.

La nave zarpó, e incluso desde ahí pudieron escuchar el descomunal estruendo. Una vez cayó el rayo, los bomberos tardaron horas en poder entrar en la habitación donde Álvaro se había atrincherado. Nadie se explica por qué el marinero no subió al barco esa tarde, qué le dio tanto miedo para esconderse de aquella manera.

Fue el enorme y destartalado letrero luminoso que rezaba “Motel Altamar” lo que atrajo al relámpago y el viejo cableado resultó ser un magnífico conductor que hizo que Álvaro no tuviera ninguna posibilidad de sobrevivir.

Él nunca llegó a saberlo, pero murió en Altamar.


Escena número 50 · Enero 2018 - El marinero 
Escena: un relato en el que aparezca la frase "El marinero no subió al barco".
Reto opcional: añade al texto un personaje que siempre miente.
Relato nº 109 - incluido en la Recopilación de textos del taller "Móntame una escena" 
https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-50/


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